Thursday, July 09, 2020

Morir o vivir. Morir o escribir.


Uno no sabe que muere. Si, claro. Todos morimos todos los días. Pero el día a día, la monotonía termina por perdernos, por acabar con el filo de la consciencia. Uno termina arrastrado por el torrente de los días. Y deja el blog. Porque el blog no es lo relevante.
Es un día a día. Un apunte. Incluso una distracción para lo que importa. No piensa en volver a ser publicado. Es anacrónico.
En fin, vuelvo al blog. Al mismo tiempo continuo con el día a día y los compromisos adquiridos porque ese día a día es otro de mis actos de libertad.

Wednesday, June 20, 2018

Venga lo que venga.

Estoy escribiendo en un momento de cierto desasosiego personal. Para variar, no me conformo con lo que tengo a la vista. Uno puede escribir, indagar, investigar e ir haciendo caso omiso de las señales generalizadas de descomposición. Pero llega el punto en que la confianza con la que uno apuesta por distintos escenarios más o menos probables para la vida cotidiana, comienza a quebrarse. La gentil rutina que provee seguridad se convierte en una jaula de hierro, pero...enfrente no hay un cielo despejado. Quizá la jaula para observar tiburones sería el instrumento más útil para explicar lo que siento. Y sí, el oxigeno no durará para siempre. En fin. En realidad estoy quebrando una larga temporada de bloqueo escritural. Los proyectos en curso avanzan demasiado lentamente. En tanto, alrededor la historia también empieza a acelerarse, a hacernos pensar que esa extraña lotería en la que lo personal y lo social parecen estrellarse, está a punto de volver a manifestarse. Así, como el surfista viendo quebrar la ola.
Que venga lo que venga.

Tuesday, March 27, 2018

Solalinde en El Carolino

21 de marzo de 2018. El Antiguo Colegio Carolino, la antigua sede de los estudios jesuitas y luego espacio primordial de la Universidad Autónoma de Puebla, ahora Benemérita, con los años se ha convertido en una sede administrativa, apenas revitalizada con las ceremonias de graduación y alguna que otra reunión en su interior. Con todo, la historia no deja de respirarse en sus patios, no importando las rejas ni la seguridad privada que ahora controla celosamente el acceso. La historia, de cuando en cuando, vuelve a respirar entre sus muros.
Ahora, por vigésimo año consecutivo, un grupo de talleres masónicos y de la sociedad en general realiza una ceremonia conmemorativa del nacimiento del presidente Juárez. El natalicio de Juárez es una de esas ocasiones en donde, los herederos reales o imaginarios de las gestas del pasado, suelen nuevamente confrontar sus ideas y, de forma más o menos velada, expresar sus divergencias respecto al proyecto de país en el cual creen. El organizador del evento, el Maestro Alfonso Yáñez, no hace mucho responsable del Archivo Histórico Universitario, es consciente de las reverberaciones que la memoria provoca en el imaginario de una sociedad que trata, mediante estatuas y nomenclatura urbana, de trazar una trayectoria histórica que, al final del día, no deja de estar compuesto por figuras y proyectos contrapuestos que cada nueva generación reformula.
Entonces estábamos en el edificio Carolino, cerca de la calle Palafox, conmemorando a Juárez. De inicio un desacierto: algún funcionario oscuro como oscura es la noche impide el acceso a la prensa. La presión, la tradición, la falta de justificación legal y política para la restricción, apenas sirve para resaltar aún más el conflicto entre el signo de los tiempos y los bustos de Sigüenza, Juárez y Allende (el chileno, no el mexicano).
Con todo una conmemoración no es sólo memoria sino también proyecto. Las sillas están colocadas y ya repletas. Cuando llego están comenzando los honores a la bandera. Es la banda de la Zona Militar. Un asistente, sale. "No me parece apropiado, no este año".
Pues sí, militares dentro de la Universidad no parecen en principio buena idea. Pero es Juárez, es el cincuentenario de 1968. Todo es signo. Ese ejercito, usado por el poder civil para su conveniencia, no deja de ser el heredero de la Revolución. Una institución que hasta hace poco no tenía un carácter oligárquico, permitiendo la movilidad social de mexicanos de cualquier origen.
"Señores, éste es un acto ecuménico, cívico. Agradecemos a los hermanos totonacas que nos acompañan, a la banda de guerra de la XXV Zona militar [...]" habla el organizador como maestro de ceremonias, si bien alguna que otra palabra se me olvida.
En el público hay profesores universitarios, militantes de distintas fuerzas políticas, miembros de la masonería; por supuesto, testigos de la historia de estos muros, conscientes de sus recovecos, de los giros inesperados de su devenir.
El invitado principal del evento es el Padre Solalinde. Se menciona su papel como organizador de la Pastoral del Migrante. A mi mente llega el recuerdo de cómo la gente que lo ha tratado lo respeta. Otros nombres llegan a mi memoria: Samuel Ruiz, Raúl Vera, las Patronas. El lento caminar de esos hombres hacia la frontera y, también, las palabras de un funcionario para justificar en sobremesa su hostigamiento y el control férreo de las fronteras como un compromiso necesario con el gobierno de Estados Unidos.
Solalinde habla de ir más allá de muros y cercas. No me parece un gran orador, a su vez, el suyo no es uno de esos discursos que parecen sermones. Eso sí: se le escucha convencido y sincero respecto lo que dice.
"No estoy de acuerdo con estas ideas" me dirá un antiguo comunista al salir. El discurso pide ir más allá de las divisiones históricas, pide una elusiva unidad ante problemas comunes que sólo a partir de la actualización del discurso de la libertad y la igualdad así como el énfasis en lo humano compartido pueden sostenerse. Es un sacerdote al pie del busto de Juárez el que habla. Pero los escuchas murmuran. Esos mismos muros han visto asedios, marchas, han escuchado balazos y luego la lenta revolución de los administrativos, el ascenso de las corbatas y su elegancia a razón de ser. Un llamado ecuménico a la unidad nacional parece demasiado distante. El sentido de urgencia, la sensación de que algo cruje no tan lejos, es en cambio, general.
Termina la intervención del sacerdote, se colocan las ofrendas florales, los periodistas se quedan a buscar la nota.
Salgo de la penumbra del Carolino. La gente comienza a dispersarse, a dejarse llevar por la cotidianeidad. Me quedo pensando, todo es signo. Todo es signo.


Monday, January 22, 2018

Atisbos sobre pendientes

Un punto a considerar sobre la escritura creativa (usemos ese amplio comodín) es para que sé escribe. O en otras palabras, qué se busca al escribir. Pese al encanto del mercado editorial y las loas a la bonanza del escritor cliente de agentes y miembro de un circuito de promoción, la realidad parece indicar que promoción y agentes no garantizan obras legibles, por un lado y por otro, tampoco la venta de la obra propiamente dicha. Ya no pensemos en la relativa permanencia en la memoria del lector. Es un mercado reducido y amenazado, donde los conceptos de valor de uso y valor de cambio nunca han dejado de ser pertinentes. Una obra maravillosa y un ejercicio fatigoso de cumplimiento de contrato pueden terminar juntos en la pasta de papel reciclado. Entonces lo mejor es tener lo más claro posible lo que se busca y apegarse al plan.
En este momento lo que estoy buscando en lo que escribo (falta saber si lo alcanzó o si se logra algo medianamente acorde con lo que se busca) es una cierta densidad de la escritura. Sí la historia, imprescindible, pero también cierto trabajo sobre el lenguaje que permita otras posibilidades de expresión más allá de la misma historia.
Alguien podría decir que es mejor hacerlo que enunciarlo, pero al enunciarlo clarifico mi búsqueda de una manera que de otra manera podría resultar demasiado evanescente.
Al final del día el placer de escribir no viene dado por el mero hecho de escribir mecánicamente. Implica también los descubrimientos procedimentales y de otro tipo que esta búsqueda conlleva.

Saturday, January 06, 2018

2018

La escritura, en este caso la escritura del blog, puede servir muy bien para ejemplificar procesos que en el día a día no siempre se perciben con la claridad necesaria. Si hace algunos años me preocupaba el bloqueo creativo, la falta de ideas para escribir una entrada o una columna, ahora lo que me preocupa es el completo páramo creativo por el que parezco atravesar.
¿Por qué se deja de escribir si en algún momento se sostuvo ante toda interlocución posible que eso era lo que se deseaba hacer?
Entonces, la memoria ayuda a recordar. No se ha dejado de escribir. Se sigue escribiendo en los momentos que se roban a lo cotidiano. Se escribe mucho, se tacha más, se comienza de nuevo. Pero hay muchos procesos en los que ya no se desea participar. De repente, más que recordar a Hemingway o Garibay, uno quisiera el talante del autor del Eclesiastés o, más próxima, la erudición de Muñiz-Huberman.
Es mucho más simple. El silencio se va imponiendo. La prisa o, más bien, la consciencia del tiempo limitado hacen ver ocioso participar en polémicas que, por otro lado, no resultan ni irrelevantes ni ajenas. Tan sólo no se quiere participar para poder hacer algo un poco más ordenado, más propio.
Con todo, el dilema no se cierra. El silencio voluntario, la entrega a la dinámica de la productividad contemporánea, puede condenar los propios textos a la inexistencia de lo inédito. Y todos sabemos que se escribe para llegar a otro. El sí mismo como otro, no basta.
De nuevo, los clásicos llegan a salvarnos. Gramsci en los Cuadernos de la Cárcel hace una defensa de la disciplina como resguardo de la libertad. El problema es que jamás pensé que llevar al final el proceso de escritura se convertiría para mí en un acto de disciplina. Y sí lo es en la medida que el dar la espalda a la vida de su tiempo es uno de los rasgos de todo lo que empieza su declive.





Friday, April 21, 2017

Líneas en un cristal.

A veces no queda sino entregarse al impulso de avanzar y no hacer caso a las advertencias en contrario. Esto aplica a la famosa página en blanco. Llega el momento que cualquiera más o menos próximo a la lectura y escritura con cierta constancia, empieza a dudar de hacerlo correctamente. De hecho, deja de escribir porque todo está dicho o porque el opinar sobre algo fuera del pequeño y cada vez más vacilante espacio de sus certezas le parece inadecuado.
Va.
Sólo que escribir también es un placer. Y el mismo  Montaigne es una figura evocable ante la necesidad de tomar cualquier medio de escritura y explorar ámbitos que no son propios.
Al final, parece que olvidamos que el ceder toda opinión al especialista, es también entronizar una pequeña burocracia o corte de letrados. A veces hay simplemente que decir lo que se piensa y si se sostiene un error, aceptarlo y pasar la página, aunque desde el principio se resalte el carácter tentativo de lo que se expresa.
En fin. 
Hay una pequeña historia pertinente. En algún momento me tocó escuchar a un grupo de escritores jóvenes y prometedores sobre la necesidad de profesionalizar el trabajo del escritor. Sus aspiraciones se cifraban en la aspiración a incorporar la propia obra al mercado editorial mediante los canales y agentes adecuados y transformar la disciplina del escritor en un proceso productivo más o menos bien remunerado. Por cierto, nunca escuche hablar sobre seguridad social o jubilación al mencionar la profesionalización.
Pasaron los años, las becas y los premios y siempre me quedo la ligera sensación, el prejuicio si ustedes quieren, que la producción que verdaderamente importaría lo haría a pesar de ese interés y esos logros coyunturales. Habrá el autor excepcional que logre pasar por el ojo de la aguja, pero vincular lo que uno piensa y construye con palabras a los vaivenes propios de la apetencia del público mayoritario no dejaba de parecerme o quimérico o inútil.
Al final lo que uno escribe se parece demasiado a las líneas que se dibujan en un cristal empañado: puedes seguir una trayectoria y quizá recuerdes mejor algunos signos que otros, pero al final la línea originaria se borrará o será desfigurada por nuevos trazos. Lo mejor es disfrutar el trazo y lo trazado los segundos que dure.



Thursday, July 21, 2016

Querétaro

Tengo un recuerdo apenas claro, un vislumbre, más bien, de la iglesia de Santa Rosa de Viterbo en Querétaro. El tiempo para regresar a casa se cumplía y apenas pude ver los mascarones de la fachada y el parque al lado del templo. Apenas alcancé a mirar de reojo la puerta colonial y, de nuevo, tuve que pensar en esa modernidad de vallas metálicas, de vías rápidas, de entradas y salidas. 
Tuve un poco más de suerte con los templos de Santiago y de la Cruz. El plan había sido armado sobre la marcha y conocer algunos de los puntos de la ciudad apenas se alcanzó. Pero encontrar una estatua de Santiago Apóstol y luego el relato de la Iglesia de la Cruz como el lugar de la aparición me puso de frente con la presencia negada de los caxcanes y demás pueblos indígenas. Una negación que se sostiene en las armas y en el mito. ¿Quién puede con una imagen ultraterrena participando en un conflicto así sea como mediador?
Un poco antes, mi guía, una amiga que conocía perfectamente los rincones del Bajío, me comentaba cómo el parecido más logrado con Madrid en el México colonial estaba en Morelia. Aún así, ella me decía, algunos pasajes de la ciudad recordaban a la urbe lejana, si bien, en lugar de la noche a rienda suelta madrileña, nosotros nos topábamos con las cortinas cerradas de los comercios y migrantes centroamericanos intentando dormir en los portales.
De regreso hacia la ciudad de México, casi al inicio de la autopista, comencé a ver una gran peregrinación mariana. Gente de extracción campesina, con sombreros y mochilas a la espalda, que caminaban a un costado de la carretera por kilómetros, llevando a sus niños con ellos.
En tanto me recostaba e intentaba dormir, recordaba la "Casa de la Monja", el restaurante dónde habíamos desayunado y que, según mi fuente, se caracteriza por mantener la cocina tradicional queretana como su principal oferta.
Mientras me acercaba al defenestrado DF, ahora Ciudad de México, pensaba en los vasos comunicantes entre las sociedades del Bajío. Como a lo largo de los últimos años, lentamente, he podido conocer la gente de toda la zona con excepción de Michoacán. Entre las imágenes barrocas de Santa Rosa de Viterbo, la larga marcha de los peregrinos y cierta memoria de las obras de Ibargüengoitia, trataba de encontrar un carácter común, pero a cada paso la diversidad entrevista a trompicones me permitía notar el peso de la migración interna y la relación con Estados Unidos. Ejemplo: de camino, un rancho "La niña blanca" y un santuario a la Santa Muerte me indicaban que mejor ponía en duda mis certezas hasta nuevo aviso. No en balde todo mundo me decía que, por lo menos en Querétaro, la mayoría ya viene de otro lado.