Saturday, October 25, 2008

Sobre una lectura de literatura infantil

Hace unos días apoye a una gran amiga, Rosa Águila Méndez, para que realizara una lectura de literatura infantil. Para mi fue algo bastante exigente, pocas cosas me generan tanto respeto, tanto desconcierto - ¿tensión acaso?- como los niños. De hecho, creo firmemente en lo que decía Baudelaire “Tenemos de genios lo que tenemos de niños” en el sentido de que lo que nos queda de imaginación, inventiva, capacidad de disfrute y alegría es una pálida sombra de las capacidades de la infancia. Por lo mismo, me resulta un público exigente. Para ella, en cambio, no hubo problema: los entiende, de repente se esta divirtiendo con ellos y ya no los deja, va dirigiendo el relato como se dirigiría una orquesta o más bien un hechizo y pronto, todos somos arrastrados a disfrutar la narración.
¿Qué me quedo de la experiencia? La lectura estaba llena de niños inteligentísimos, vivaces, curiosos. Sus padres se habían tomado la molestia de retar el mal horario y la impaciencia de sus hijos, con tal de que disfrutaran la tarde en algo cultural. Muy pronto, la vieja idea del receptor pasivo y el narrador activo se había superado. Uno o varios de los niños tomaban la batuta y en medio de la convivencia el adulto volvía a jugar con las palabras o la imaginación. Muchas de nuestras certezas de “mayores” se revelaban como prejuicios y pretensiones. El contraste entre la espontaneidad y el arrobo de un escucha infantil, comparado con el escepticismo o ausencia de los escuchas de un evento formal como las presentaciones de libros, resultaba demoledor.
Y entonces de nuevo la duda que tantas veces me asalta cuando doy clases: ¿y los demás padres? Porque durante mi experiencia docente, ya en preparatorias o universidades, lo común era encontrar el producto final de un completo abandono paterno: ni libros leídos antes de dormir, ni conversaciones, ni cine, ni nada. Es brutal la diferencia entre unos y otros pequeños. Tan brutal, que se llega a un momento en que quienes están cursando educación superior resultan bastante similares, producto de entornos lectores y melómanos como los que ellos mismos pretenden reproducir.
Salí contento de la lectura (mi papel se redujo a encender una grabadora, cabe recordar. Sólo eso me puso nervioso). De institucionalizarse la difusión cultural y vincularse a los padres en ese proceso, se lograría tanto…
Por lo menos esa tarde, muchos se divirtieron.

Saturday, October 11, 2008

La necesidad de escribir

He estado escribiendo con una cierta inconstancia los últimos días. La caída de Wall Street y las repercusiones que esta crisis económica y paradigmática tendrán sobre el mundo de la cultura y las representaciones simbólicas me resultan definitivamente inabarcables. Es como asistir a la erupción del Vesubio (Plinio el Viejo sabría a que me refiero. Murió al estar haciendo anotaciones sobre el evento).
Es aquí donde una vieja problemática vuelve a asomar su rostro: la relación entre la esfera de lo social, entendida en su dimensión histórica, económica y política (por decir algo) y el plano de lo cultural y literario. Siempre hay algo de egoísta, de aislado en la creación literaria – por no hablar del estudio humanístico y demás-. Por otro lado, el ser social del escritor y el lector jamás se pierden. Y la vieja danza entre la libertad y la responsabilidad, la manipulación y la propaganda, el vacío y el sentido, se reanuda.
Francamente hace mucho que renuncié a algo más allá de una cierta participación cívica. Creo que las grandes transformaciones se hacen poco a poco y sin aspavientos. Cuando se manifiesta una coyuntura de las que se llaman históricas es porque durante años generaciones y generaciones han pugnado por construir algo. Y no he dejado de ver en las obras literarias un producto especialmente complejo y autónomo de la actividad humana. Aunque me he especializado en analizar a las obras de manera inmanente en cuanto que es la única lectura que le puede ser completamente fiel y justa a las condiciones que le dieron origen (un tiempo y lugar determinado, un horizonte cultural, ciertas preocupaciones no evidentes de la sociedad) no dejo de sentir predilección por aquellas obras y géneros donde el orden se pierde y una multiplicidad de lecturas más o menos fundadas pueden ser hechas. La novela, los géneros periodísticos, la crónica, el cuento. De repente y sobre todo en sus manifestaciones más contemporáneas, se esta ante un maremágnum discursivo que evoca la multiplicidad de voces y versiones que constituyen la experiencia vital de lo cotidiano. Es el enfoque, la lectura la que le da orden a ese maremágnum y no al revés.
Por supuesto que esto lo digo como escritor aficionado y lector sorprendido. Son mis intuiciones y no un trabajo de investigación sujeto a una metodología lo que me guía en este momento. Y lo gracioso y lo remarcable es que, pese al momento tan difícil, tan plenamente histórico que se esta viviendo, sé que la literatura no esta perdiendo relevancia, sino que al contrario, en lo que se escriba, en lo que se lea, en la manera en que se desenvuelvan y se revelen las fuerzas expresivas, resignificantes de una cultura cada vez más próxima a lo universal ( una literatura multipolar, plural, pluriétnica y múltiple solo unificada en cuanto producto de lo humano), se encuentra una de las claves primordiales para construir un futuro vivible.
Se debe escribir, se debe leer. En las universidades, fuera de ellas. Con método o libremente. Simplemente sin dejar de gozar, respetando las aspiraciones y los objetivos ajenos. Solo así la palabra escrita dará testimonio de nuestro tiempo a otro.