Sunday, April 26, 2009

Encuentro con Ramón Kuri Camacho

En algún momento entre 1994 y 1995 llegó a mis manos un número de La Jornada Semanal con un artículo de Ramón Kuri Camacho. Aún era la edición bajo el cuidado de Roger Bartra, por lo que debo eliminar 1995 de las posibilidades. Había estado leyendo esa revista como una especie de rito de paso entre la preparatoria y la universidad y como una manera de ubicarme en el mundo, obviamente, sin ser consciente de ello. El artículo de Kuri Camacho se me escapa irremisiblemente de la memoria. Sólo recuerdo que me gustó y que me enfrentó a los entonces – y todavía ampliamente- desconocidos para mí, Teilhard de Chardin y Orígenes.
Posteriormente, ya en la maestría en literatura mexicana volví a aproximarme a artículos suyos. No eran textos de mi especialidad. Más bien eran incursiones en territorio vecino, lecturas más curiosas que sistemáticas pero que también tuvieron una secuela importante en mi formación. El maestro trabajaba en Puebla, incluso llegué a ver cartulinas invitando a alguna charla en el Colegio de Filosofía y mister negligencia académica siempre se enteraba demasiado tarde o lo dejaba a la próxima que, de repente, no volvía a suceder.
Por esto, convertido ya en una especie de deja vu académico, de guiño familiar de la filosofía (Ahora recuerdo a otro filosofo con el que llegué a no convivir, pero me lo encontraba seguido y si se tradujo en una lectura más frecuente: Luis Villoro. De él sí asistí a la conferencia) no pude dejar pasar un aviso que encontré vía internet: la presentación de un libro suyo en Zacatecas. Después de tantos años, coincidíamos inesperadamente en la misma ciudad ( Claro, ¿para que buscarlo en Puebla? Lo mejor era esperar que el destino lo pusiera a mi alcance en una ciudad apenas conocida. Tenía que ser así).
¿Qué sucedió ese día? Por pura suerte, el evento se había planteado como el equivalente de una cena íntima entre sus exalumnos más cercanos y el maestro, convocados por la presentación de un libro que, precisamente, había sido concebido y desarrollado en diferentes grados tanto en Zacatecas como Puebla. El ambiente era entonces de rememoración y festejo, salpicado de anécdotas y reflexiones. Precisamente la primera persona que se dirigió a mí – no lo conocía físicamente- fue el doctor Kuri. Todavía disfruto esa extraña sensación de no sentirme fuera de lugar entre especialistas, de refrendar el hecho de que la filosofía no es una parcela para expertos y que, de una u otra forma, me ha deparado placeres y sorpresas a mi que no dejo de ser más que un remoto vecino de facultad.
Del libro hablaré en una próxima entrada, sólo aprovecharé para patentizar mi rechazo a la expulsión de la filosofía de los programas de educación media y, sobre todo, de la vida y el pensamiento mexicano a principios de este caótico siglo, tan necesitado de criterios.
Y bueno, afortunadamente, ya conocí al Dr. Kuri.

Thursday, April 09, 2009

Saber demasiado

Acabó de conocer a un físico. Me platicaba con una mezcla de animadversión y desencanto la frase con la que un empleado de una universidad privada rechazó el currículum de su esposa, postgraduada en Matemáticas: “El problema de México es que o no se sabe nada o se sabe demasiado”.
“Se sabe demasiado”. Creo que el verdadero problema es que la impartición de conocimiento se ha vuelto parte del entramado económico de las oligarquías mexicanas y, en esa medida, todo aquello que amenace su postura de coordinadores, gestores y administradores del conocimiento y la riqueza –casi nunca generadores- se verá relegado. Así, aunque sobran carreras privadas como marketing, relaciones internacionales, administración de empresas turísticas, gastronomía, finanzas, etc., (mismas que en cierta proporción son igualmente necesarias) inversiones en áreas de ciencias y humanidades – responsabilidad antes que nada estatal por su carácter estratégico- son cuestionadas en virtud de que “generan desempleados”.
Parte del problema responde a la incapacidad de los egresados de insertarse en la sociedad y defender la validez y necesidad de su conocimiento. Simplemente el científico o el humanista no tienen qué oponer al joven estudiante de preparatoria que anhela con todas sus fuerzas ser policía federal de caminos y extorsionar autotransportistas. La razón es que se acepta de antemano debatir a partir de una escala de valores deforme, contraria a la justipreciación del conocimiento. Y lo que sucede frente al joven estudiante se replica frente al administrador, el legislador, el tecnócrata que prepara los presupuestos y la sociedad civil en su conjunto.
En México no hay quien sepa demasiado. Ese conocimiento es la única baza del país para enfrentar el subdesarrollo y el obscurantismo. Es por eso que el pequeño burócrata del organismo público o privado tratará de cercenar el acceso del egresado al verdadero ejercicio del poder y la libertad: su acceso al trabajo, su acceso a los medios de comunicación, su acceso a la seguridad social. Sólo así su simple fidelidad al empleador – que muy probablemente heredó su riqueza si no es que la malversó- le podrá garantizar al burócrata su permanencia en el puesto.