Friday, May 22, 2009

Epidemia

De repente, los tiempos sociales sufrieron una distorsión. La gente retorno a tiempos idos, a pasajes del siglo XIX y el virreinato. Pese a que el siglo XX y algunos otros tiempos difusos también estaban ahí, más bien se sentía una especie de rizo en el tiempo y un abismo que, al no llenarse, colmaba de tristeza el corazón de las urbes.
Las catedrales, los comercios vacios. Sólo faltaron las carretas con los cadáveres y los zopilotes en el cielo. En cambio, ahí estuvieron las procesiones religiosas, los rosarios, el miedo y el rechazo bordeando los caminos. Fueron largas tardes de puertas cerradas, plazas desiertas, caminantes temerarios y el eco de las fuentes en lugares normalmente estremecidos por la música.
Uno esperaba ver entonces la gente arremolinarse alrededor del pregón o de la proclama – en realidad atentos a la televisión-, escondiendo el machete o la daga, mirándose de soslayo, casi asegurando que este año no llegaría la nao de China por el cierre de Acapulco.
Lo que no cambio fue la imagen del virrey. En tanto pedía la protección de Dios y la Corona, en lo que se mostraba con notables y el Arzobispo, no pudo dejar de evidenciar ese pequeño recelo que le provocaba el silencio de la plebe, siempre tan dispuesta al motín.