Saturday, August 22, 2009

Soledad en el tiempo

Estos días la soledad se ha convertido en una compañera particularmente fiel. Más allá de la habitación –donde empiezan a acumularse los papeles, los esquemas, las ideas y una cierta ansiedad perfeccionista que casi siempre me ha llevado a la insatisfacción- esta una ciudad elevada en círculos concéntricos la cual, aunque se presenta en medio de lamentos por un pasado lejano, en realidad es uno de los mejores lugares que he visto para vivir.
Mientras tanto, aprovecho la soledad para explorar los vericuetos de los años recientes. A un cierto nivel, parece tan lejano todo, desde los golpes tan duros hasta los momentos de ternura desbordante que, realmente, pareciera que otro lo vivió, que otro lo vio.
Sin embargo, todo lo siento aquí. Desde palabras de amor no suficientemente dichas hasta huesos rotos de la consciencia.
En fin, la marcha continua. El aprendizaje.
(Y esta todo eso que vengo postergando en paralelo al avance del juego de la Flaca. Sé de cierto que en ajedrez hay momentos en que el jugador confrontado alcanza una lucidez extrema y cambia, decide la partida. Rezo por esa lucidez, por los movimientos correctos, pero igualmente se me humano y eso implica trastabillar).

Tuesday, August 18, 2009

Fin de sexenio

Todos tenemos los presagios que merecemos. En el mundo del poder lo mismo puede ser un ave de vuelo irregular, algunas voces que gritan en la noche, un cometa o, incluso, manos inmateriales trazando palabras en los muros de palacio. Para el gobernador de Puebla, el presagio llegó bajo la forma de un conductor que popularizó su sentido del humor. Ese día, Adal Ramones le dijo: “¡Que tal mi gober! Ya sólo le queda año y medio”.
Año y medio. El conductor cumplía una de las funciones del loco de la corte: recordarle al gobernante su finitud. Y ese día – aunque no vimos el rostro ni el gesto del personaje confrontado- el mito político creado por Manuel Bartlett, el dueño de los hilos del poder, el sobreviviente de tantas mareas, debió sentirse humano otra vez. No sabemos si recordó su época de penurias, el trabajo en los pasillos helados de Gobernación, el eco de las marchas y la presión de tantos movimientos que tuvo que “encauzar”. Menos aún si en su mente estaban esos momentos -¿pocos? ¿muchos?- en que el poder comienza a saber dulce, en que las privaciones se ven lejanas y, al contrario, hay una promesa de control total de la situación.
Lo seguro es que la broma no debió ser graciosa. Por más que la debilidad del presidente de la república le haya permitido sobrevivir la embestida de los medios y las clases medias de la capital del estado, por más que su grupo político tenga la plena hegemonía del estado, él sabe -¿Lo aprendió con Don Manuel? ¿O es de esas cosas que siempre se saben?- que no hay maximato que valga, parentesco político o de sangre que sobreviva a la investidura. El poder, dice el protagonista de El otoño del patriarca es una bolita que se tiene o no se tiene.
Ya sin él, Mario Marín será dos. Será un nombre, una estadística, quizá la denominación de algún mercado o la entrada en un diccionario especializado. Será la referencia inmediata del poder, aquello de lo que habrá de desmarcarse su sucesor, sea quien sea. Frente a esta dimensión de Marín el nombre, Marín el hombre deberá rehacerse. Ante lo inédito de su sexenio, ante el peso de su legado, esta transición será aún más costosa para él que lo que fue para sus predecesores.
E igualmente costosa será para la entidad, inmersa en un proceso de transformación que viene de lejos, donde el lugar que ocupa dentro de la federación, el proyecto de sociedad al que aspira y tantos otros aspectos fundamentales siguen sin definirse.
(Mes y medio después, Adal Ramones se revelo como un presagio inexacto. La Suprema Corte determinó que, realmente, sólo quedaba un año antes de la elección constitucional. Y el declive comenzaba).