Pasé un par de días en la Ciudad de México. Una noche, me tocó caminar por el Centro Histórico recién mojado por la lluvia. Eso me trajo a la memoria un relato que estoy armando, el cual todavía esta muy lejos de llegar a buen término. El punto es que retoma la idea - ya manejada por muchos- de cómo esta ciudad sobre cieno y antes sobre agua, descansa también sobre historias. En realidad, creo que pocas ciudades pueden tener una historia más desolada que ésta. O tal vez toda gran ciudad que haya pasado por un sitio la comparta.
Simplemente, de noche la Ciudad vuelve a estar surcada de canales y poblada de aparecidos. La piedra recuerda el hambre, el espanto, las discordias. Probablemente también los amores, pero ese recuerdo sólo se condensa en las habitaciones y los rincones más solitarios de los parques. Los amores prohibidos, en cambio, si suelen perpetuarse en alguna leyenda. Por ahora, dejo a la Ciudad de México, con sus noches de frío y sus cinturones de jacarandas.