La noche del 4 al 5 de agosto del 2006. Miles de manifestantes se concentran desde Reforma hasta el Zocalo del D.F. Los medios se centran en la violación de una libertad de tránsito que, objetivamente, ha sido limitada. En tanto, la restricción de derechos como el acceso a la salud, a la educación, a la alimentación, a la seguridad social y a un medio ambiente sano es vista como una condición natural de la existencia humana, tan natural que no existe problema alguno si se desvían algunos millones de dolares de recursos públicos a campañas políticas y, más allá, a las Caimán.
Además, intelectuales vinculados a las Secretarias de Relaciones Exteriores, de Educación Pública, gobiernos estatales y editoriales pertenecientes a grupos económicos extranjeros dan su aval al proceso electoral, acto que implica una completa falta de respeto precisamente a sus lectores, esa clase media condenada a la extinción en este país.
¿El futuro? No voy a hablar de perspectivas apocálipticas.Simplemente la gente que se encuentra en esos campamentos, a lo largo y ancho del país, así como los votantes que una vez consumada la imposición reconozcan la trascendencia de lo sucedido - un temporal retroceso democrático, espero- daran pie a nuevas formas de organización y participación política que solo pueden tener como objetivo la profundización de la democracia a un nivel más allá de lo electoral, como condición necesaria para evitar retrocesos políticos y sociales.