Sunday, June 29, 2014

Secretos que se desgranan en la noche

Suelo escribir primero un borrador antes de compartir alguna entrada en el blog. Hoy prescindo de eso porque tiene mucho tiempo que no escribo. Por ejemplo, de la marcha de los médicos inmersos en el movimiento #Yosoy17. Una cosa es escribir sobre el movimiento de los médicos, tejer paralelismos entre las razones de su protesta, la de los maestros en general y la de los profesores universitarios en particular. Todos esos sectores y más, padecen la falta de gasto e inversión en las actividades sustantivas (la prestación de servicio, insumos, derechos laborales, etc.) y por otro lado la existencia de minorías que disfrutan de todo lo necesario y más. Pero eso es algo que, al final, salta a la vista y en el corto plazo no va a cambiar. Otra cosa es escribir que me dio un profundo sentimiento, el nudo en la garganta que hace mucho no había sentido, cuando vi a gente común y corriente, empleados relativamente privilegiados de centros médicos públicos y privados, marchando por los derechos de todo su sector. En realidad es la profunda debilidad de los gremios, el ver los derechos como privilegios o gracias concedidas por el poder, lo que ha permitido el continuo agravamiento de la situación.
De momento parece que el movimiento pasa a segundo plano. Sin embargo, maestros y médicos suelen ser los primeros en marchar, una especie de indicadores del deterioro de la cosa pública. Así fue en los cincuentas y sesentas del siglo pasado y, a pesar de los cambios que ha sufrido el país, veo en esos lentos movimientos sociales el contrapeso necesario al ejercicio político administrativo de una serie de tecnócratas ajenos por completo a las peripecias del vivir en el país que sólo conocen por estadísticas.
Esto va para largo. Ya sea por la vía lenta de las reformas o por la sorpresiva del derrumbe institucional y lo que viene tras éste, las sociedades siguen moviéndose, encontrando la cuadratura a una exigencia doble: satisfacer sus necesidades materiales y garantizarse derechos, entidades culturales como pocas otras.
La noche sigue. Llueve. Son días que invitan a la amargura del mate o del café. En fin.

Saturday, January 18, 2014

Octavio Paz

Octavio Paz. Si, efectivamente, debería enfocarme a un aspecto central de su obra o la discusión de su legado. Pero para eso habrá muchas oportunidades el presente año. Yo prefiero recordar los momentos en que he querido la obra de esa visión lumínica que aparecía de cuando en cuando en el televisor y a la cual le dedicaban un espacio y un trato poco frecuente entre las figuras de la cultura. Con todo, no era tan extraño en ese entonces, a diferencia de ahora que los escritores están atrincherados en canales exclusivamente culturales o educativos o, a lo más, en pequeñas cápsulas de unos minutos. Además, yo en ese entonces sólo aspiraba a ver la barra de caricaturas y su presencia me parecía completamente ajena a lo que un canal de televisión debía ser. Sin embargo, lo ubicaba y, a fuerza, pero lo escuchaba.

 La figura mediática no me fue simpática, incluso le dio pábulo a las visiones negativas que tan pronto ganó el nobel comenzaron a llegarme a través de mis profesores. No me pasó inadvertida la carga de envidia que incluía el reconocimiento. Pero eran días de otras preocupaciones y lo deje de lado.
Algo hay de cierta sacralización de Rulfo o del mismo Paz en los espacios educativos. La pretensión de cultura los vuelve referentes obligatorios: se citan ciertas frases, ciertos fragmentos de sus obras y ya está, ya sabes. Se vuelven un gesto de cortesía. Apenas peor que volver a un buen escritor parte de un programa de estudios de preparatoria. Entonces, más que gesto de cortesía se vuelve una vacuna contra la obra, contra el placer de la lectura. Y ahí es donde Paz logró superar a su éxito. Por lo menos mi generación, prematuramente politizada por el conflicto en Chiapas, tuvo la oportunidad de leerlo en otro registro, de ver como la palabra brincaba sobre los prejuicios y te atrapaba, no en El laberinto de la soledad, sino sobre todo en La llama doble. Quizá por esos años sólo Sabines tenía ese mismo talento de escribir obras que permitían perdonar la militancia real o supuesta del autor a favor de aquello que nos repelía. Y sí, la televisión servía. No es lo mismo escuchar a Paz a los nueve que a los dieciocho.
Luego vendría otro problema. Lo dijo muy bien mi profesora Lourdes Penella: "Nosotros no sabemos que piensan los argentinos de Bioy, nosotros convivimos con la figura pública[...]". Pero ni modo, Octavio Paz enseñaba más que la televisión en materia de arte mexicano y debate contemporáneo. Hasta parecía fácil escribir de esos temas. Claro que no lo es. La falsa facilidad de la transparencia.
Una vez muerto Paz, las anécdotas sobre su cercanía con el régimen, sus leones devoradores de corderos y el empuje de una nueva generación que sólo lo conocía como santón cultural de sus mayores (por no hablar de los encomios que sustituían la difusión del autor) le cobró un peaje más duro que el de Caronte. Pero la obra sigue ahí, pese a homenajes y textos como éste, atesorados por lectores que saben que el hombre ya se fue, pero queda la escritura y ésta no se cierra.