Tomo la pluma. Comienzo una línea. Vacilo. Retomo. Poco a poco se llena la página. De repente me detengo. Es el mismo lenguaje de los trabajos académicos. Recuerdo algunas líneas de Paz casi al inicio de La llama doble. Hace años que esa disyuntiva se planteó ante mí. No sé si la haya resuelto. Algo hay de común en dibujar un árbol y en trazar un laberinto. La inteligencia que se requiere para desmontar un discurso, seguir su línea de desarrollo, sus mutaciones, leerlo, desentrañarlo, algo tiene en común con construir un mundo o jugar con las palabras. La palabra rojo se presta más para ser usada en un discurso que en otro, pero en ambos casos es lenguaje. Entonces el trabajo de investigación, el poema, la letanía, el memorando, a pesar de todas sus contraposiciones, algo tiene en común.
Quizá para mí sea su condición nocturna. Escriba lo que escriba, es escrito de noche, con eco de mar y luz de estrellas. Porque fue la palabra escrita la que me llevo a la academia. Y lo que encuentro en esos volúmenes me hace retornar a la palabra en movimiento. Son alquimias diferentes, pero una misma pasión secreta, una pulsación nocturna así brille el sol en lo alto. Una pulsación de viajero.