Uno
En estos días resulta un padecimiento leer periódicos. Simplemente, son un frente más de guerra. Al lector atento no le queda más que anticipar una gastritis o buscar alguna lectura que le permita apropiarse de lo cotidiano sin perder perspectiva, sin sentir que el destino de Gaza o cualquier barrio marginal es necesariamente su mañana. La poesía y la novela son buenas opciones, sin embargo, a veces me pregunto si quienes escriben son conscientes de esta dimensión de su trabajo.
Dos
Una amiga me contó de su alejamiento del trabajo periodístico. De repente circulo el rumor fundado de que estaban amenazando vía telefónica a sus colegas. La perspectiva de que un día una nota cotidiana significara la desaparición física de un ser querido – o el simple peso de una amenaza anónima a media noche, la hicieron desistir del trabajo periodístico. Nuevamente vi una instancia más de la convivencia social retrocediendo, desapareciendo poco a poco. Cada vez más el buen periodismo cobra una dimensión heroica. Y de por si es raro.
Tres
La lectura. Contrasto la alegría que causa una lectura infantil, el momentáneo deslumbramiento de una buena lectura pública de poesía, a la desgarradora indignación que levantan ciertas notas. Ni decir de la intensidad del reportaje o la crónica. Emociones diferentes. A pesar de que mi espíritu se cansa frente a las tensiones de un espacio público degradado, una convivencia internacional desgarrada y las evidencias de un amplio manoseo de lo privado, el papel que cumple la prensa como constructora de sociedades, de gente consciente y enterada a pesar de los filtros y los silencios impuestos, me obliga una y otra vez a retomar los periódicos, incluso aquellos con los que no coincido en línea editorial.
Todo este tiempo he buscado difundir la lectura como fuente de placer y conocimiento. Pero, ¿Qué sucede con esa lectura necesaria, esa dolorosa lectura que nos concientiza o alerta, la que retrata nuestras miserias colectivas? Algún día ese niño al que le estoy leyendo un cuento clásico, deberá leer la problemática del SIDA en toda su crudeza o lo estaré condenando a la ceguera. ¿Cómo preparamos esa transición? ¿Solo se da? ¿La lectura de ciertos discursos – el histórico, el antropológico y el periodístico, por decir algo- es un ritual de paso a la madurez? ¿El concepto de madurez es aplicable a una sociedad?