Estos días la soledad se ha convertido en una compañera particularmente fiel. Más allá de la habitación –donde empiezan a acumularse los papeles, los esquemas, las ideas y una cierta ansiedad perfeccionista que casi siempre me ha llevado a la insatisfacción- esta una ciudad elevada en círculos concéntricos la cual, aunque se presenta en medio de lamentos por un pasado lejano, en realidad es uno de los mejores lugares que he visto para vivir.
Mientras tanto, aprovecho la soledad para explorar los vericuetos de los años recientes. A un cierto nivel, parece tan lejano todo, desde los golpes tan duros hasta los momentos de ternura desbordante que, realmente, pareciera que otro lo vivió, que otro lo vio.
Sin embargo, todo lo siento aquí. Desde palabras de amor no suficientemente dichas hasta huesos rotos de la consciencia.
En fin, la marcha continua. El aprendizaje.
(Y esta todo eso que vengo postergando en paralelo al avance del juego de la Flaca. Sé de cierto que en ajedrez hay momentos en que el jugador confrontado alcanza una lucidez extrema y cambia, decide la partida. Rezo por esa lucidez, por los movimientos correctos, pero igualmente se me humano y eso implica trastabillar).
Mientras tanto, aprovecho la soledad para explorar los vericuetos de los años recientes. A un cierto nivel, parece tan lejano todo, desde los golpes tan duros hasta los momentos de ternura desbordante que, realmente, pareciera que otro lo vivió, que otro lo vio.
Sin embargo, todo lo siento aquí. Desde palabras de amor no suficientemente dichas hasta huesos rotos de la consciencia.
En fin, la marcha continua. El aprendizaje.
(Y esta todo eso que vengo postergando en paralelo al avance del juego de la Flaca. Sé de cierto que en ajedrez hay momentos en que el jugador confrontado alcanza una lucidez extrema y cambia, decide la partida. Rezo por esa lucidez, por los movimientos correctos, pero igualmente se me humano y eso implica trastabillar).