Es de mañana. Los prados de la universidad amanecieron cubiertos de hojas. No sé si llevan semanas así, pero el hecho de que la caída –el lugar común- coincida con el día preciso del equinoccio me hace sonreír.
Acabo de regresar de Puebla. Los días se sucedieron lenta y placenteramente. Y ahora al mirar las hojas y los prados no puedo dejar de recordar la descripción que me hacen mis hermanos de los días en Chicago. La diferenciación de las estaciones no es algo que de por hecho: en San Rafael los días son una sucesión de sequia, lluvias, canícula, más lluvia, mares tranquilos y disfrutables, inundaciones o huracanes, la luna de octubre que es la más hermosa, nortes inacabables y de nuevo seca. Puebla también tiene sus detalles anómalos, aunque es más seria con su promesa de lluvia a las cinco de la tarde al final del verano y principio del otoño.
En fin. Viene un periodo largo, una larga caminata que implica más que estar pisando las hojas de los fresnos. Otoño e invierno. Cosecha e incubación.