Comencé este texto con un deseo vehemente de recuperar una práctica escrituraria que ya no es la de antes. Posteriormente, intenté una crítica a las instituciones que realmente sonaba demasiado ingenua a estas alturas del partido.
Quedé entonces con la posibilidad, por lo menos, de explorar nuevas fuentes o tamaños de letras, intentar romper en el plano formal la consciencia de un achatamiento que va más allá.
Ahora estoy contento con mí texto, si bien ya dejé atrás la mención a Montaigne o a Picón Salas.
No, no renuncio a escribir sobre ellos. Ni siquiera renuncio a la magnánima libertad de escribir de lo que se me antoje.
Simplemente decidí celebrar esos momentos en que lo que se debe de decir, resulta demasiado amplio o demasiado difuso para decirse en un blog, se pospone para mejores espacios, otras experiencias formales dónde se esperaría poder liberar el potencial de la palabra.
Quizá al final resulte una esperanza vana. Un irse y no regresar.
Sin embargo, el mero hecho de celebrar el escribir sin nadie que lo pida y sin criterio de éxito formal o material en relación con lo que se escribe, me parece poderoso.
Es el acto de escribir, gratuito como el de amar.