Va.
Sólo que escribir también es un placer. Y el mismo Montaigne es una figura evocable ante la necesidad de tomar cualquier medio de escritura y explorar ámbitos que no son propios.
Al final, parece que olvidamos que el ceder toda opinión al especialista, es también entronizar una pequeña burocracia o corte de letrados. A veces hay simplemente que decir lo que se piensa y si se sostiene un error, aceptarlo y pasar la página, aunque desde el principio se resalte el carácter tentativo de lo que se expresa.
En fin.
Hay una pequeña historia pertinente. En algún momento me tocó escuchar a un grupo de escritores jóvenes y prometedores sobre la necesidad de profesionalizar el trabajo del escritor. Sus aspiraciones se cifraban en la aspiración a incorporar la propia obra al mercado editorial mediante los canales y agentes adecuados y transformar la disciplina del escritor en un proceso productivo más o menos bien remunerado. Por cierto, nunca escuche hablar sobre seguridad social o jubilación al mencionar la profesionalización.
Pasaron los años, las becas y los premios y siempre me quedo la ligera sensación, el prejuicio si ustedes quieren, que la producción que verdaderamente importaría lo haría a pesar de ese interés y esos logros coyunturales. Habrá el autor excepcional que logre pasar por el ojo de la aguja, pero vincular lo que uno piensa y construye con palabras a los vaivenes propios de la apetencia del público mayoritario no dejaba de parecerme o quimérico o inútil.
Al final lo que uno escribe se parece demasiado a las líneas que se dibujan en un cristal empañado: puedes seguir una trayectoria y quizá recuerdes mejor algunos signos que otros, pero al final la línea originaria se borrará o será desfigurada por nuevos trazos. Lo mejor es disfrutar el trazo y lo trazado los segundos que dure.