21 de marzo de 2018. El Antiguo Colegio Carolino, la antigua sede de los estudios jesuitas y luego espacio primordial de la Universidad Autónoma de Puebla, ahora Benemérita, con los años se ha convertido en una sede administrativa, apenas revitalizada con las ceremonias de graduación y alguna que otra reunión en su interior. Con todo, la historia no deja de respirarse en sus patios, no importando las rejas ni la seguridad privada que ahora controla celosamente el acceso. La historia, de cuando en cuando, vuelve a respirar entre sus muros.
Ahora, por vigésimo año consecutivo, un grupo de talleres masónicos y de la sociedad en general realiza una ceremonia conmemorativa del nacimiento del presidente Juárez. El natalicio de Juárez es una de esas ocasiones en donde, los herederos reales o imaginarios de las gestas del pasado, suelen nuevamente confrontar sus ideas y, de forma más o menos velada, expresar sus divergencias respecto al proyecto de país en el cual creen. El organizador del evento, el Maestro Alfonso Yáñez, no hace mucho responsable del Archivo Histórico Universitario, es consciente de las reverberaciones que la memoria provoca en el imaginario de una sociedad que trata, mediante estatuas y nomenclatura urbana, de trazar una trayectoria histórica que, al final del día, no deja de estar compuesto por figuras y proyectos contrapuestos que cada nueva generación reformula.
Entonces estábamos en el edificio Carolino, cerca de la calle Palafox, conmemorando a Juárez. De inicio un desacierto: algún funcionario oscuro como oscura es la noche impide el acceso a la prensa. La presión, la tradición, la falta de justificación legal y política para la restricción, apenas sirve para resaltar aún más el conflicto entre el signo de los tiempos y los bustos de Sigüenza, Juárez y Allende (el chileno, no el mexicano).
Con todo una conmemoración no es sólo memoria sino también proyecto. Las sillas están colocadas y ya repletas. Cuando llego están comenzando los honores a la bandera. Es la banda de la Zona Militar. Un asistente, sale. "No me parece apropiado, no este año".
Pues sí, militares dentro de la Universidad no parecen en principio buena idea. Pero es Juárez, es el cincuentenario de 1968. Todo es signo. Ese ejercito, usado por el poder civil para su conveniencia, no deja de ser el heredero de la Revolución. Una institución que hasta hace poco no tenía un carácter oligárquico, permitiendo la movilidad social de mexicanos de cualquier origen.
"Señores, éste es un acto ecuménico, cívico. Agradecemos a los hermanos totonacas que nos acompañan, a la banda de guerra de la XXV Zona militar [...]" habla el organizador como maestro de ceremonias, si bien alguna que otra palabra se me olvida.
En el público hay profesores universitarios, militantes de distintas fuerzas políticas, miembros de la masonería; por supuesto, testigos de la historia de estos muros, conscientes de sus recovecos, de los giros inesperados de su devenir.
El invitado principal del evento es el Padre Solalinde. Se menciona su papel como organizador de la Pastoral del Migrante. A mi mente llega el recuerdo de cómo la gente que lo ha tratado lo respeta. Otros nombres llegan a mi memoria: Samuel Ruiz, Raúl Vera, las Patronas. El lento caminar de esos hombres hacia la frontera y, también, las palabras de un funcionario para justificar en sobremesa su hostigamiento y el control férreo de las fronteras como un compromiso necesario con el gobierno de Estados Unidos.
Solalinde habla de ir más allá de muros y cercas. No me parece un gran orador, a su vez, el suyo no es uno de esos discursos que parecen sermones. Eso sí: se le escucha convencido y sincero respecto lo que dice.
"No estoy de acuerdo con estas ideas" me dirá un antiguo comunista al salir. El discurso pide ir más allá de las divisiones históricas, pide una elusiva unidad ante problemas comunes que sólo a partir de la actualización del discurso de la libertad y la igualdad así como el énfasis en lo humano compartido pueden sostenerse. Es un sacerdote al pie del busto de Juárez el que habla. Pero los escuchas murmuran. Esos mismos muros han visto asedios, marchas, han escuchado balazos y luego la lenta revolución de los administrativos, el ascenso de las corbatas y su elegancia a razón de ser. Un llamado ecuménico a la unidad nacional parece demasiado distante. El sentido de urgencia, la sensación de que algo cruje no tan lejos, es en cambio, general.
Termina la intervención del sacerdote, se colocan las ofrendas florales, los periodistas se quedan a buscar la nota.
Salgo de la penumbra del Carolino. La gente comienza a dispersarse, a dejarse llevar por la cotidianeidad. Me quedo pensando, todo es signo. Todo es signo.