Un punto a considerar sobre la escritura creativa (usemos ese amplio comodín) es para que sé escribe. O en otras palabras, qué se busca al escribir. Pese al encanto del mercado editorial y las loas a la bonanza del escritor cliente de agentes y miembro de un circuito de promoción, la realidad parece indicar que promoción y agentes no garantizan obras legibles, por un lado y por otro, tampoco la venta de la obra propiamente dicha. Ya no pensemos en la relativa permanencia en la memoria del lector. Es un mercado reducido y amenazado, donde los conceptos de valor de uso y valor de cambio nunca han dejado de ser pertinentes. Una obra maravillosa y un ejercicio fatigoso de cumplimiento de contrato pueden terminar juntos en la pasta de papel reciclado. Entonces lo mejor es tener lo más claro posible lo que se busca y apegarse al plan.
En este momento lo que estoy buscando en lo que escribo (falta saber si lo alcanzó o si se logra algo medianamente acorde con lo que se busca) es una cierta densidad de la escritura. Sí la historia, imprescindible, pero también cierto trabajo sobre el lenguaje que permita otras posibilidades de expresión más allá de la misma historia.
Alguien podría decir que es mejor hacerlo que enunciarlo, pero al enunciarlo clarifico mi búsqueda de una manera que de otra manera podría resultar demasiado evanescente.
Al final del día el placer de escribir no viene dado por el mero hecho de escribir mecánicamente. Implica también los descubrimientos procedimentales y de otro tipo que esta búsqueda conlleva.
Monday, January 22, 2018
Saturday, January 06, 2018
2018
La escritura, en este caso la escritura del blog, puede servir muy bien para ejemplificar procesos que en el día a día no siempre se perciben con la claridad necesaria. Si hace algunos años me preocupaba el bloqueo creativo, la falta de ideas para escribir una entrada o una columna, ahora lo que me preocupa es el completo páramo creativo por el que parezco atravesar.
¿Por qué se deja de escribir si en algún momento se sostuvo ante toda interlocución posible que eso era lo que se deseaba hacer?
Entonces, la memoria ayuda a recordar. No se ha dejado de escribir. Se sigue escribiendo en los momentos que se roban a lo cotidiano. Se escribe mucho, se tacha más, se comienza de nuevo. Pero hay muchos procesos en los que ya no se desea participar. De repente, más que recordar a Hemingway o Garibay, uno quisiera el talante del autor del Eclesiastés o, más próxima, la erudición de Muñiz-Huberman.
Es mucho más simple. El silencio se va imponiendo. La prisa o, más bien, la consciencia del tiempo limitado hacen ver ocioso participar en polémicas que, por otro lado, no resultan ni irrelevantes ni ajenas. Tan sólo no se quiere participar para poder hacer algo un poco más ordenado, más propio.
Con todo, el dilema no se cierra. El silencio voluntario, la entrega a la dinámica de la productividad contemporánea, puede condenar los propios textos a la inexistencia de lo inédito. Y todos sabemos que se escribe para llegar a otro. El sí mismo como otro, no basta.
De nuevo, los clásicos llegan a salvarnos. Gramsci en los Cuadernos de la Cárcel hace una defensa de la disciplina como resguardo de la libertad. El problema es que jamás pensé que llevar al final el proceso de escritura se convertiría para mí en un acto de disciplina. Y sí lo es en la medida que el dar la espalda a la vida de su tiempo es uno de los rasgos de todo lo que empieza su declive.
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