Saturday, January 06, 2018

2018

La escritura, en este caso la escritura del blog, puede servir muy bien para ejemplificar procesos que en el día a día no siempre se perciben con la claridad necesaria. Si hace algunos años me preocupaba el bloqueo creativo, la falta de ideas para escribir una entrada o una columna, ahora lo que me preocupa es el completo páramo creativo por el que parezco atravesar.
¿Por qué se deja de escribir si en algún momento se sostuvo ante toda interlocución posible que eso era lo que se deseaba hacer?
Entonces, la memoria ayuda a recordar. No se ha dejado de escribir. Se sigue escribiendo en los momentos que se roban a lo cotidiano. Se escribe mucho, se tacha más, se comienza de nuevo. Pero hay muchos procesos en los que ya no se desea participar. De repente, más que recordar a Hemingway o Garibay, uno quisiera el talante del autor del Eclesiastés o, más próxima, la erudición de Muñiz-Huberman.
Es mucho más simple. El silencio se va imponiendo. La prisa o, más bien, la consciencia del tiempo limitado hacen ver ocioso participar en polémicas que, por otro lado, no resultan ni irrelevantes ni ajenas. Tan sólo no se quiere participar para poder hacer algo un poco más ordenado, más propio.
Con todo, el dilema no se cierra. El silencio voluntario, la entrega a la dinámica de la productividad contemporánea, puede condenar los propios textos a la inexistencia de lo inédito. Y todos sabemos que se escribe para llegar a otro. El sí mismo como otro, no basta.
De nuevo, los clásicos llegan a salvarnos. Gramsci en los Cuadernos de la Cárcel hace una defensa de la disciplina como resguardo de la libertad. El problema es que jamás pensé que llevar al final el proceso de escritura se convertiría para mí en un acto de disciplina. Y sí lo es en la medida que el dar la espalda a la vida de su tiempo es uno de los rasgos de todo lo que empieza su declive.





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